Cuando uno piensa en el desierto, es inevitable asociarlo con África o Medio Oriente; en esas tierras tan lejanas de nuestra América parecen muy distantes los paisajes llenos de dunas que se mueven al viento, pero no hay que ir tan lejos para encontrarse con aquellos mares de arena que envuelven tus pies a cada paso, como si fuera nieve derritiéndose. Hablo específicamente de un lugar en Sudamérica digno de mención y que se ha llevado parte de mi corazón cuando tuve el privilegio de estar ahí: la ciudad de Ica, en Perú.
Ubicada al sur del país, a cuatro horas de Lima si vas en autobús, la ciudad de Ica se establece como un baluarte de la naturaleza al tener a su lado el oasis de la Huacachina, una pequeña villa turística que rodea una laguna que, a su vez, está rodeada de un desierto inmenso que se extiende al sur hasta alcanzar un horizonte infinito. La laguna, si bien no es accesible para nadar, sí se puede recorrer en bote. En sus orillas sobreviven una hilera de palmeras que seguramente se alimentan del agua de la laguna, la cual, según cuentan los habitantes, se rellena con agua por iniciativa de la ciudad cada cierto tiempo durante el año. Si dejaran al oasis sobrevivir por su cuenta, la laguna ya se habría secado hace varios años, tal y como ya ocurrió con otros oasis en décadas anteriores, lo que convierte a la Huacachina en el último oasis del Perú.
Fotos por Romel V Peñaranda
Pero, sin duda, al menos según mi parecer, el atractivo más grande de este lugar es el desierto: las grandes dunas de arena se pueden escalar, como quien escala una montaña. La satisfacción de llegar a la cima de una duna y ver la ciudad en la lejanía es una experiencia que se debe vivir al menos una vez en la vida. La villa cuenta con varios servicios turísticos para visitar las profundidades del desierto. Si decides pagar por estos servicios, te llevarán en un vehículo todo terreno hasta lo más profundo de las dunas, donde podrás escalar y, desde la cima, lanzarte en una tabla de surf que resbalará en la arena hacia abajo. También existe la opción de ver el desierto desde lo alto en un parapente.
La Huacachina es muy hermosa cuando el sol desciende; cuando el viento sopla contra las dunas, se puede ver la arena flotando en el aire, casi como vivir en otro planeta.
Viajar hasta este oasis tiene sus dificultades, pero vale la pena completamente, y no es tan caro como viajar al otro lado del mundo en busca del mismo paisaje. Para ir en parapente sobre el desierto, tendrás que invertir alrededor de 300 soles peruanos por persona. Aunque depende del servicio que elijas, para viajar y surfear por el desierto, el precio suele ser de 65 soles por persona. Pero si solo quieres caminar por la arena, la villa te cobra una entrada de 3,60 soles. Toda la villa está rodeada de hoteles y restaurantes, por lo que no tendrás problemas para conseguir un buen lugar donde quedarte, además de ser un lugar pequeño que se puede visitar enteramente a pie sin ningún problema.
La Huacachina, además de ser un hermoso lugar, cuenta con una leyenda. Se dice que, hace mucho tiempo, una hermosa doncella llamada Huacay China, conocida por su belleza y encanto, estaba enamorada de un guerrero que tuvo que dejarla para ir a la batalla, muriendo tiempo después. Al enterarse, Huacay China lloraría sin parar durante días, y de sus lágrimas nacería el oasis. Si bien hay muchas más versiones sobre esta leyenda que cambian totalmente el relato, “Huacachina” significa en quechua ‘mujer que llora’, por lo que me inclino más hacia la leyenda que acabo de contarles.
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Última edición: 05.02.2024