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Cacería felina en Masai Mara

¡Increíble cacería en Masai Mara! Después de horas sin avistar fauna, presencié a un guepardo capturar su presa. Lee más y descubre este emocionante safari.

Por Brezo Cardeñosa

caceria-felina-en-masai-mara.jpg Foto por Brezo Cardeñosa

Llevamos una hora y media dando vueltas por la sabana y no hemos visto más que un par de tristes aves autóctonas. Sí, muy bonitas todas ellas. Pero, ¡yo quiero acción!

Parece como si la tierra se hubiera tragado toda la fauna de la reserva porque aquí no se ve un alma. Y eso que intento poner esos ojos africanos, de esos que parecen tener rayos X y ver a kilómetros de distancia. Pero nada, oye. A mi este método nunca me funciona. Y eso que le pongo empeño y esfuerzo pero lo único que logro visualizar son las contadas acacias que se dejan ver en un paisaje desértico de una mañana gris en la que no parece ni querer salir el sol. ¡Madre mía, que mal empezamos el safari!

Dentro del 4 x 4 se desprende una atmosfera relajada. Veo a mis compañeras sentadas pacientemente y con la mirada pegada en el cristal, esperando estoicamente a que llegue ese momento que nos haga saltar a todas del asiento. Sin embargo, a mí me cuesta dejar de refunfuñar y rechistar. No logro entender la parsimonia de mis compañeras y es que hoy no es precisamente el día para postrarse ante las ventanillas del todoterreno y resignarse a que pase lo que tenga que pasar. ¡Hola! ¡Estamos en Masai Mara!

Acabo renegando de todo y de todos en silencio —para qué desperdiciar energía dado el caso omiso que parecen mostrar hacia mis frustraciones mis compañeras— como si la sabana sí fuera a escuchar mis lamentos y poner en marcha un espectáculo animal exclusivo solo por ser yo. ¡Ilusa de mí! A sabiendas de cómo funcionan las cosas en la sabana, parece que aún no he asimilado los dos factores esenciales que entran en juego en todo safari: la suerte y la paciencia. Este último parece resistírseme, y mucho, en esta mañana que de momento se presenta tan poco fructífera.

Después de casi dos horas poniendo el grito en la sabana, vemos por fin dos 4 x 4 parados a no más de un kilómetro de distancia de donde nos encontramos. Nuestro guerrero Masai se acerca a la pequeña congregación y se hace inmediatamente con un sitio estratégico en cuestión de segundos. No nos da si quiera tiempo a reaccionar ya que tarda segundos en apagar el motor y señalar al guepardo hembra junto con sus cuatro crías. Queda clara la razón por la que hemos parado en seco y se atisba en mi cara una sonrisa casi angelical. Después de tanto regoldar, la sabana parece haber oído mis plegarias.

La familia felina está tan solo a unos metros de nuestro 4 X 4, pero no parece tener ningún reparo en ser observada. Apenas somos una decena de personas que presencian silenciosas y expectantes cada movimiento de los felinos. Las crías juegan remolonas alrededor de una madre que se erige solemne y hace alarde de una quietud majestuosa. Su mirada queda fija en un horizonte en el que se divisa una extensa manada de gacelas. Sin perder de vista a sus crías, que siguen jugueteando a su alrededor, y con una quietud que parece hasta maquiavélica la madre otea y analiza en continuación la situación que se presenta en el horizonte.

guepardo con crías

Pasan unos 10 minutos hasta que la felina enviste sus primeros movimientos. Camina lentamente, con cautela pero con determinación, y en línea recta. Su mirada sigue fija en ese horizonte que aún es omiso a sus intenciones. Si bien, todos los somos. Sospechamos cuales pueden ser sus propósitos, pero todavía tenemos serias dudas de que los lleve a cabo. Mientras debatimos silenciosamente el resultado de sus movimientos estrategas, la felina se vuelve a parar. Eso sí, sigue sin apartar la mirada de ese horizonte que tanto parece tentarla.

Los cachorros, también ingenuos a los movimientos de su madre, siguen disfrutando de su camaradería de hermanos. La felina los observa de vez en cuando, pero su gran interés sigue residiendo en un horizonte del que apenas aparta la vista. Camina unos metros más, siempre cautelosa, y va agachando poco a poco la parte inferior de sus extremidades como haciendo ademan de lanzarse a la acción.

Yo sigo atónita y un tanto incrédula al momento que parece estar a punto de suceder. Y es que después de tanto regoldar, quién me iba a decir a mí que íbamos a empezar la mañana así. ¡Ahora sí, estoy presenciando un documental en vivo!

‘Creo que va a por ello’- dice Louise. ‘¿Tú crees?’- pregunto yo, intentando asimilar el momentazo. ‘¡Shhhh!’- Nuestro guerrero nos insta a mantener el silencio no vaya a ser que arruinemos el que parece va a ser el momentazo del día.

La felina comienza a moverse con mucha más agilidad y determinación, siempre en la misma línea recta y con una mirada que ya parece haber localizado su objetivo. Expectantes y ansiosos —a mí me va el corazón a mil por hora— no movemos ni las pestañas. Su paso ágil pasa repentinamente a la carrera y en cuestión de segundos logra una velocidad fulminante y escandalosa. Acabamos de ver como la felina pone en práctica la ahora irrefutable teoría de que el guepardo es el animal más rápido del mundo. A mí se me caen las lágrimas y no me meo en los pantalones de milagro.

Maravillados ante un momento que todavía parece un espejismo, asistimos a la impresionante carrera de la felina que logra hacerse con una presa en cuestión de segundos. Su imprevista presencia ha dejado indefensa a toda una manada de gacelas que, confundidas y alteradas, hacen todo lo que pueden por sobrevivir a la emboscada. Pero, una de ellas no logra tener la suerte de sus compañeras. La felina la agarra del cuello con sus colmillos y sofoca a su presa hasta que ésta deja de respirar.

guepardo con crías

En estado de shock, y sin poder articular palabra alguna para comentar el espectáculo que acabamos de presenciar, esperamos casi mudos la vuelta de la felina.

Pasan algunos minutos hasta que vemos al guepardo regresar con su presa. La mantiene agarrada por la yugular con su mandíbula y aunque camina lenta y exhausta por el esfuerzo transporta la gacela de forma majestuosa y victoriosa. No deja la presa hasta que llega al encuentro de sus pequeños, que no parecen haber notado la ausencia de su madre. La felina tarda unos segundos más en reunir a todas sus crías y busca un lugar seguro donde esconder la presa y descansar sin ser vista por la pequeña multitud.

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Así es como da por concluido el espectáculo —¡y de qué manera!— al retirarse a uno de los arbustos en el que apenas se les ve. Los motores de los coches se encienden de nuevo para seguir descubriendo los encantos que nos tiene preparados la sabana. Nos despedimos, un tanto reticentes y absortos en nuestros pensamientos, de lo que ha sido una de las experiencias más alucinantes de nuestras vidas. ¿Seremos capaces de superar este momento?

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Última edición: 16.07.2024