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Ciudad Perdida: su legado mas personal

"Y es este el momento en el que suspendida en una milimétrica cuerda, a escasos metros de un río, cuando me siento más viva que nunca."

Por Brezo Cardeñosa

ciudad-perdida-colombia.jpg Foto por Brezo Cardeñosa

Empiezo el día con mucha energía, contagiada por un cálido y radiante sol y haciendo acopio de una meticulosa —a la vez que desafiante— estrategia que intenta evitar todo tipo de roce, mancha o salpicadura de fango indeseada. Y es que un altercado del género echaría por la borda el minucioso —y calculado al milímetro— plan de vestimenta programado para estos días. Cuento con tan solo 3 camisetas, un único par de pantalones, 4 pares de calcetines y un par de botas de montaña.

Pongo así en práctica toda una serie de tácticas que consiguen mantenerme, de momento, lo más lejos posible del lodo. Salto los charcos más pequeños con decisión y sorteo aquellos considerablemente más grandes con exquisitas y calculadas maniobras. Me doy la misma maña para esquivar los terrenos fangosos —que no escasean precisamente— con extrema delicadeza o pasar por ellos como si fuera pisando huevos. Asimismo, elijo estratégicamente las piedras en las que posar uno u otro pie al atravesar los riachuelos que aparecen en nuestro camino o aquellas en las que sentarme y coger aliento para seguir subiendo las empinadas y pedregosas colinas que se me hacen tremendamente infinitas.

No obstante, no he venido sólo a sufrir. Así que aprovecho algunos de los tramos para entablar conversación con distintos compañeros de aventura hasta que, dada su superior condición física, me van abandonando todos a mi suerte. Como era de esperar, me quedo en las últimas posiciones del ranking una hora después de empezar la ruta. Un hecho que no repercute en lo más mínimo en mi pausado ritmo. A pesar de la considerable distancia que me deben sacar mis compañeros, yo paro cuando se me antoja para poder empaparme de la belleza del paisaje selvático tan extraordinario, plagado de exquisitos escenarios y donde la frondosa paleta de verdes parece ser infinita.

paisaje de ciudad pérdida Colombia

Me detengo igualmente y durante el tiempo que estimo necesario en los alrededores de uno de los poblados indígenas por los que pasa la ruta. Soy consciente de que no serán muchas las ocasiones que tenga de ser testigo de escenas costumbristas como la que se presenta ahora ante mí. Por ello, me siento en una piedra para observar con detenimiento a la pequeña congregación de mujeres y niños wiwa —los reconozco mayormente por su vestimenta blanca— que se sirven del sol mañanero para hacer la colada en uno de los riachuelos colindantes.

Mientras las mujeres lavan la ropa ayudándose de las piedras del arroyo, algunos de sus pequeños gozan alegres de un refrescante chapuzón. Otros me miran curiosos desde un lateral de sus cabañas mientras juegan con sus hermanos. No veo ningún hombre en el poblado. Tan solo me doy de bruces con uno de ellos una vez resumo el sendero. Veo con asombro como éste lidera una procesión de caballos que aunque cargados con pesadas lonas llenas de enseres logran moverse por los empinados y fangosos terrenos con una maestría más que envidiable.

No obstante, todos estos rituales, disfrute y buen rollo se van a la mierda en un abrir y cerrar de ojos cuando, sin si quiera previo aviso, empieza a caer repentinamente el diluvio universal. Me pilla de lleno con dos componentes más del grupo —rezagados como yo— y pocos minutos antes de llegar a la caseta que marca el fin del primer tramo del día. Milagrosamente conseguimos llegar al refugio sin apenas mojarnos. Allí se encuentra Saúl, nuestro guía de montaña, que espera impaciente nuestra llegada.

Después de unos 40 minutos esperando a que amaine un temporal que más que menguar parece embravecer cada vez más, Saúl nos insta a abandonar el refugio a la mayor brevedad posible. Le miramos todos desafiantes. No es posible que esté si quiera contemplando la posibilidad de que nos aventuremos de nuevo al sendero con la que está cayendo. Aun así, Saúl nos recuerda con semblante preocupado nuestro inminente paso por el rio Buiritica. Si el nivel del agua sube mucho no vamos a poder cruzar el rio y, en consecuencia, no podremos llegar al campamento en el que repostar la noche.

Un tanto inquietos ante la que se nos viene encima, pero siendo conscientes de la experiencia de Saúl estos menesteres, dejamos con rapidez nuestro refugio para meternos de lleno en un temporal que hace que nos las veamos y nos las deseemos hasta llegar primeramente a las orillas del temido Buritica y posteriormente al campamento.

De hecho, todo intento por llegar al destino final medianamente pulcra pasa a ser algo totalmente trivial y se va al traste con una inmediatez absoluta. La tormenta es torrencial y las mareas de agua que atraviesan las laderas hacen que el fango sea cada vez más pastoso y resbaladizo. Pierdo el equilibrio con frecuencia y caigo varias veces al suelo cubriéndome gloriosamente de barro hasta la coronilla. Las botas se me quedan estancadas entre el lodo cada dos por tres añadiendo una capa de mierda cada vez más gruesa alrededor de las mismas. Y, por si esto fuera poco, la tromba incesante de agua- que no nos da tregua alguna- hace que las bolsas de agua provistas amablemente por Saúl y que debían servirnos de chubasquero tampoco hagan su labor. Estamos ya todos calados hasta los huesos y a punto de entrar en estado de hipotermia. A todo ello se suma también el cruce de arroyos con agua que ahora nos llega hasta casi las caderas y de los que salimos arrastrando litros de agua en unos calcetines que ya parecen piscinas olímpicas.

Pretender deleitarse con el paisaje —si bien no hay mucho que ver ya que la lluvia copa toda posible visión del mismo— hablar distendidamente con los compañeros o disfrutar de algún encontronazo ocasional con algún wiwa —desaparecidos todos en combate- se convierten asimismo en expectativas de lo más absurdas. Nuestra única meta es llegar al maldito rio, que parece estar en otro país, a la mayor brevedad para que podamos cruzarlo sin dificultad.

Pero, cuando unos 20 minutos después llegamos finalmente al río entramos todos en estado de pánico. Sin saber muy bien de niveles de ríos, pero viendo una enorme e infinita masa de agua que recorre feroz el tramo del Buritaca, nos quedamos todos sin aliento. No nos queda otra que cruzar el rio Buritica al estilo Indina Jones.

río en ciudad pérdida Colombia

Y es este el momento en el que suspendida en una milimétrica cuerda, a escasos metros de un río cuyas aguas fluyen feroces por su curso, en medio de una selva atestada por un torrencial, calada hasta los huesos, con agujetas hasta en la piel y presa de un agotamiento extremo cuando me siento más viva que nunca.

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Última edición: 16.07.2023