Virginia Woolf tiene un ensayo titulado Una habitación propia. Si bien el escrito habla de sus diferentes vivencias y reflexiones de vida, recuerdo haber leído los primeros capítulos y me impactó la importancia que tenía el concepto de tener un espacio al que llamar tuyo, donde sentirte cómodo, simple y libremente.
Estos capítulos me hicieron reflexionar,
¿Tenía “yo” un cuarto propio?
¿Un espacio?
¿Un lugar donde pueda relajarme?
Aquél donde me sienta cómoda en ser yo misma, donde no existan los prejuicios, críticas y represiones.
En un curso pequeño que tomé nos comentaron que una habitación propia podría ser desde una oficina, hasta tu dormitorio, o un estudio en casa, no había barreras en esa parte. Algo positivo de decir, puesto que sé que muchos de nosotros no tenemos un espacio al que llamar nuestro.
Recuerdo que en mi adolescencia no lograba concentrarme cuando mi hermana o madre estaban alrededor mío. Solía compartir habitación con la primera, y en casa no era un lugar donde me sentía tranquila de dejar volar mi creatividad, demasiados estímulos, sin culpar a otros, simplemente mi mente no funcionaba de esa manera, me distraía con facilidad.
Ahora viene la buena noticia.
Tienes opciones
Tal vez compartes el dormitorio con hermanos, familia, compañeros de casa. Pero no esta todo perdido. Puedes elegir una cafetería, esa mesa en la que siempre te sientas con una bonita vista, el pequeño cuarto en casa que funciona como almacén, o ese rinconcillo en la biblioteca de la escuela donde casi no se escucha el ruido exterior. Cualquier lugar en el que te sientas cómodo vale.
La clave está en identificar cuáles son las características de tu espacio propio. Visualízalo, ayudará.
Pregúntate lo siguiente:
- ¿Prefieres un lugar privado o con ruido de fondo?
- ¿En tu casa o un lugar público?
- ¿Qué ambiente tiene?
- ¿Está decorado o es minimalista?
- ¿Cómo te sientes mientras estás en él?
- ¿Cuál es tu estilo de vida y que actividades sueles realizar?
Haz una lluvia de ideas, analiza qué opciones tienes y después, date a la tarea de ver —y probar— un par de lugares para comparar y decidir el mejor para ti. No hay lugares buenos o malos, solo lo que a ti te funciona, por ello se llama espacio “propio”.
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Yo tengo dos espacios propios. Uno es la esquina de mi departamento, donde está mi escritorio, una lámpara con buena luz, y un par de libros, lo mantengo simple y práctico. El otro espacio es mi cafetería favorita, la cual visito un par de veces a la semana, no tengo una mesa en especial, pero me gusta mucho la vista desde arriba en el segundo piso, me relaja e inspira a partes iguales. Es curioso, mientras que mi primer espacio es privado y silencioso —me va bien para concentrarme cuando requiero escribir—, el segundo es público y en ocasiones ruidoso, este último me funciona para ser mucho más productiva y sentirme motivada, mientras trabajo con personas alrededor que están concentrados en sus propias actividades.
Foto por alleksana
Desde que encontré mi lugar —o lugares—, he notado el cambio en mí, en mi forma de estudiar, nivel de concentración, calidad de escritura y proyectos, incluso en mi motivación y confianza.
Todos somos diferentes.
Tenemos profesiones, aspiraciones, metas diversas.
Pero creo en verdad que todos deberíamos tener ese espacio para nosotros, para dejar volar la creatividad, para ser auténticos, para concentrarnos en nuestros propósitos, trabajar, aprender, cerrarle la puerta —literal o metafóricamente— a los limitantes externos.
No importa si vives en el mismo lugar desde hace años, recién te mudas o estas de viaje, busca ese lugar para ti. Te invito a tomarte el tiempo de encontrarlo.
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Última edición: 03.02.2023