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Dejarse ir con punto final

Así, dejar ir sin girar el cuello, porque tienes el tiempo encima desde que sabes que ese lugar, ese amor, ese camino te roba de ti mismo.

Por Una Buena Brujer

dejarse-ir-con-punto-final.jpg Foto por Una Buena Brujer

Punto final. Así, en seco. Sin signos de interrogación; y sin agregar otros dos puntitos tramposos, hasta convertirlos en suspensivos. No.

Punto final porque eso en lo que piensas ya mismo, no crece, no te da la paz que buscas, ni el entusiasmo de fuego en el pecho al despertar. Porque te confunde, te desvía de tus sueños y tu corazón se ha transformado en escala de grises hace ya bastantes años… bien que lo sabes.

Así, dejar ir sin girar el cuello, y no por miedo a convertirte en estatua de sal como la esposa del Lot, sino porque tienes el tiempo encima desde que sabes que ese lugar, ese amor, ese camino te roba de ti mismo. Celosa está la vida… la sustancia misma, de las 10 horas diarias en ese trabajo mediocre donde vas dejando un pedacito de vida cada día; a esa casa ya sin amor, a esos oídos sellados a tus palabras; a esas personas que son agujeros negros que te arrancan las plumas de a poco, para que nunca puedas volar.

Huyendo de las aglomeraciones, -como es mi diaria exigencia-, mi sencillo vestido de lino jugaba con el ámbar de aquella playa. Ahí, las decenas de tortuguitas golfinas recién germinadas de la Pachamama, en su silencioso pero apresurado paso al océano, gritaban que ya era hora de renunciar a lo mortalmente inconcluso; que dejar ese cascarón abría paso a la inmensidad de un abanico de posibilidades, y que la única manera segura de perder, es no atreverse.

Tortugas en la playa

Así, con sus aletitas torpes, pero con decisión firme, sabían qué hacer y dónde ir y que ningún manual, ejemplo, o incluso su propia madre les enseñó. Y de a poco yo las veía apresurarse a su irremediable destino: la libertad de su propia naturaleza.

-¡Es nuestro cumpleaños!-, les balbuceé admirada e inmóvil -para no estorbarles- hasta perderlas de vista en las olas, aquel abril dorado, mientras el sol se apagaba pausadamente en esa ribera virgen del pacífico.

No te aseguro que el miedo no te acompañará, ni tampoco que dudarás en volver; lo que sí puedo afirmar, es que recobrarás el amor a la savia de la vida. Comenzarás a hablar en color, cuando tus palabras se habían tornado en blanco y negro; y que la única forma de bendecir tu existencia cuando tu final en este mundo llegue, es precisamente haber amado y abrazado la vida sin temor.

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¿Ves? La tía Cleta que vive en mí, salió a sacudirte de los hombros… pero con cariño.

Dale el justo valor a tus dones. Haberlos recibido sin compartirlos, es un puntapié a la espinilla de Dios, no te conviertas en una parodia de ti mismo, no soportando más por años enteros, ni en un adiós que siempre regresa.

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Última edición: 03.03.2024