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Duchar el alma

Meterse en la ducha, abrir el grifo, y abrir los ojos a las lágrimas, dejarlas fluir, con el agua que cae sobre nosotros, hacer que se fusionen ambas.

Por María G.

duchar-el-alma.jpg Foto por Karolina Grabowska

Las duchas. Las duchas te abren el alma en canal, te abren con el vapor cada poro que hace que sea más sencillo adentrarse uno en sí mismo, hacerse un ovillo, como si fueras torciendo cada vertebra, como si fueran estas un acordeón, lentamente y controlando la respiración, y con esto la mente, los pensamientos, lo máximo que puedes hasta acabar dentro de ti y después salir, limpio, renovado, fresco y despejado, tanto física como mentalmente. Esto va más unido de lo que parece, ya lo decía Platón: Mens sana in corpore sano.

A veces tienes un “día pesado” o un “día raro”, vas “lastrado” en cuerpo y mente. Tienes todo el derecho del mundo a sentir eso, de hecho, deberías estar orgulloso de conocerte, percibirte y regístrate en ese estado, es un signo de autoconocimiento. Pero no te culpes por este día, solo faltaba ponerse peor, generar más lastre o bagaje, en lugar de esto, mímate, cuídate y disfruta, conoce cómo actúa tu mente y tu cuerpo en estas situaciones, para saber cómo ir tratándote mejor a base de la experiencia y trabajo personal, prueba-error, y si lo haces mal, perdónate y date la oportunidad de mejorar poco a poco.

Algo que va muy bien es un saber colectivo y popular, darse una ducha caliente de estas que no te acabas viendo en el espejo del baño a consecuencia del bao, y dices, me voy a dar una ducha para ver si se me arregla el día.

No “se te arregla” (no está roto o estropeado), lo “arreglas”, lo organizas, lo clasificas, le das valor desde la relajación, y no desde el caos gracias a esa agua caliente que cae gota a gota sobre el cabello, ojos y espalda que nos hace conectar con la naturaleza y con nosotros mismos, que nos limpia, que nos resbala por la piel, como deberían resbalarnos esos pensamientos que nos contaminan que nos frustran o que nos hieren.

Es un tiempo íntimo que nos dedicamos a nosotros mismos, un espacio seguro y de calidad para pensar sin presiones.

Cuando una persona está mal y necesita aceptarlo, creo que una ducha le ayuda a abrir el alma a la par que se abre el grifo. He escuchado a gente camuflando, escondiendo, negando o borrando sus emociones, jugando a ser actrices o actores, fingiendo un papel de una súper fuerza moral, luciendo una coraza que se asemeja más a una prisión dorada de “fortaleza” o “insensibilidad”, como si esto les hiciese superiores.

No, la fortaleza no está en negar ciertos sentimientos, es más fuerte el que los reconoce, los acepta y los trabaja y se da el derecho a ir aprendiendo día a día de estos y compartirlo con los demás.

Meterse en la ducha, abrir el grifo, y abrir los ojos a las lágrimas, dejarlas fluir, con el agua que cae sobre nosotros, hacer que se fusionen ambas. Unas lágrimas que depuran, como la esponja y el jabón limpian nuestro pecho o nuestras rodillas de sudor, contaminación y piel muerta dejando cada milímetro de área corporal libre y limpia.

También, he visto a gente estresada, con un día cargado de objetivos o tareas de forma irrealista e insana, que piden una ducha para acabar bien el día, para despejarse, para poner punto y final al aborigen de exigencia que se imponen ellos mismos durante el día, presionados por algo que le llaman “sociedad”, “trabajo”, “capitalismo”, siempre le ponemos un nombre muy genérico para no concretar demasiado o para librarnos de cierta responsabilidad.

Sentir cómo caen despacio las gotas de la alcachofa ralentiza un poco la vida y te hace estar y sentir en el presente, o imaginarte que estás en una pequeña cascada en un paisaje húmedo del Amazonas si cierras los ojos, lo que nos acerca un poco más a un oasis en medio del desierto, pero en un espacio pequeñito, real y seguro dentro de nuestras viviendas. Esta gente sale de la ducha diciendo, qué bien me ha sentado la ducha.

Verdaderamente, no conozco a nadie, salvo a los gatos, que no disfruten de una buena ducha caliente, que no les provoque o les registre un cambio mental. También he pensado en el por qué este estímulo nos provoca esta respuesta, creo que es porque nos acerca más al ser primitivo que éramos, lo que nos provoca la naturaleza, un bosque, una montaña, una cascada, es como si tuviésemos una sensación parecida desde nuestras casas si cerramos los ojos y escuchamos y sentimos el agua caer, sin mayor compromiso que quedar limpios, frescos y relajados.

Puede tener algo que ver en esto, que nos coja este momento en una faceta vulnerable, ya que nos pilla a todos como Dios nos trajo al mundo, al desnudo, al natural, con la piel dispuesta a mostrarse sensitiva a cada átomo de agua, con las vergüenzas al aire, pero sin avergonzarnos de nada porque es nuestro momento y tenemos muchas cosas que sentir y aprender en este ratito que nos damos a nosotros mismos para hablarnos, permitirnos sentir lo que queramos, limpiarlo, sacar conclusiones, buscar inspiración y preguntarnos cosas.

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Última edición: 14.04.2023