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Ahora sí, ¡estoy en Sídney!

"¡Esto es real! ¡Estás en Sídney! Grito de alegría a los cuatro vientos, mientras se me escapan varias lágrimas de emoción..."

Por Brezo Cardeñosa

ahora-si-estoy-en-sidney.jpg Foto por Brezo Cardeñosa

El autobús me deja en una calle en la que ya se ve bastante meneo tanto de autobuses que llegan a las paradas contiguas- unas cuantas- como de transeúntes que cruzan enérgicos la calle- entre ellos familias que salen de un McDonald’s que hace esquina- en todas direcciones. Sin saber muy bien hacia dónde dirigirme, pregunto por la Casa de la Opera a un hombre que se cruza en mi camino.

— ‘Todo recto por ahí.’ Me indica amablemente señalándome la calle de enfrente.

Camino unos cuantos metros pasando por varios ultramarinos y alguna tienda de licor y me meto por un pequeño callejón que me lleva a una explanada con diferentes paradas de ferry, varios restaurantes con mesas al fresco y bares con mucho ambiente. Intento ubicarme oteando la zona con rapidez. Cuando dirijo mi mirada hacia la derecha me da un vuelco al corazón. Resplandeciente a un lado de la bahía, envuelta en una atmósfera electrizante y cubierta por un cielo estrellado, la Casa de la Opera luce en todo su esplendor.

— ‘¡Ahora sí Brezo! ¡Ahora sí! ¡Esto es real! ¡Estás en Sídney!’ Grito de alegría a los cuatro vientos- sin importarme mucho lo que piensen de mí los viandantes que pasan a mi lado un tanto pasmados- mientras se me escapan varias lágrimas de emoción.

Me detengo unos minutos en el enclave en el que estoy para admirar un horizonte de rascacielos que hacen gala de una elegancia casi innata. Dispuestos en perfecta armonía y dibujando una línea asimétrica perfecta se erigen como los grandes guardianes de la espectacular bahía a la que anteceden, consiguiendo irradiar luz propia en un marco protagonizado por auténticas obras arquitectónicas.

— ‘Es impresionante, ¿verdad?’ Atino a escuchar a una mujer que, como yo, se deleita con la belleza ofrecida por la hilera de edificios que nos tiene a las dos embelesadas.

— ‘Sí que lo es. Merece la pena recorrer medio mundo para ver esto.’ Respondo a su comentario deduciendo que seguramente vaya dirigido a mí ya que no hay nadie más alrededor. Quizá haya presenciado mi eufórico momento hace apenas unos segundos y quiera compartir también su emoción.

— ‘Desde luego que sí.’ Asiente ella ensimismada.

opera house Sídney

Nos quedamos nuevamente en silencio mientras nuestras miradas siguen el trayecto de un ferry que acaba de zarpar y surca solitario las tranquilas aguas de la bahía salvaguardado por modernos gigantes de hormigón que alumbran su travesía hasta llegar a un magnífico puente de hierro. Una vez el transbordador circunda el titán de hierro su imagen se convierte en una sombra que se va desvaneciendo a lo lejos hasta desaparecer por completo de nuestra vista. Aprovecho la ocasión para despedirme de la mujer y retomar mi caminata.

La explanada que lleva a la Casa de la Ópera es un festín de restaurantes con terrazas a tutiplén repletas de comensales que degustan manjares de lo más apetecibles- se me hace la boca agua sobre todo teniendo en cuenta mi frustrado intento por meter algunos de esos productos en la cesta de la compra con anterioridad- sumidos en animosas conversaciones que tienen como escenario inigualable uno de los marcos más espectaculares del mundo. Una fastuosa algarabía que desprende una alegría contagiosa y ensalza el espíritu tan solo con contemplarla.

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La Casa de la Opera- apenas a unos pocos metros- luce cada vez más gloriosa. Dejo atrás el bullicio y apresuro el paso, ansiosa ya por estar lo más cerca posible de esta. La avenida finaliza su curso a las faldas de una escalinata monumental- casi tan grande como el edificio en sí- desde donde se aprecia ya la extraordinaria belleza arquitectónica del conjunto. Un impresionante grupo de bóvedas esféricas que desiguales en tamaño y dispuestas de forma dispar sobresalen unas de otras como si fueran gajos mostrando una red de cristaleras sensacional. Cubiertas por un entramado de peculiares y característicos paneles blancos, brillan casi tanto como las estrellas que iluminan el cielo esta noche.

opera house Sídney

Si bien la zona circundante no está vacía, no se ve a mucha gente transitar por esta parte del edificio. Quizá porque muchos de los caminantes que circulan por aquí acaban rendidos a las imponentes vistas del bar de abajo, el llamado Opera Bar. Sin duda alguna, el enclave más privilegiado de la bahía situándose a la vera de sus dos grandes iconos- la Casa de la Ópera y el puente de la bahía de Sídney- y ofreciendo una majestuosa panorámica, casi inverosímil, de la misma. Y, por si esto fuera poco, la velada queda acompañada por una exquisita recopilación de música chill out que le hace sentir a uno en la gloria más absoluta. Ganas de unirme a la multitud no me faltan, pero augurando unos precios acordes con el carácter tan único del sitio decido dejar este capricho para otra ocasión.

Así que mientras unos disfrutan de un tentempié o bebida al son de ritmos de lo más armoniosos yo me dispongo a subir la tremenda ringlera de escalones– tengo que parar y coger aliento varias veces- para inspeccionar la entrada principal de la Casa de la Ópera con mayor detenimiento. Una vez satisfecha, bajo la escalera de nuevo y paseo por la zona durante un buen rato observando la soberbia obra maestra desde todo punto o ángulo posible. Sin cansarme de admirar esta belleza, termino mi exploración por el área sentada en uno de los bancos contiguos para contemplar la majestuosidad de la panorámica que me rodea y emborracharme de sus vistas sin preocuparme por las agujas del reloj.

En frente mío está la bahía, atravesada por su emblemático puente- el puente de la Bahía de Sydney- de costa a costa e iluminada por las miles de luces de colores que se proyectan desde la infinita hilera de edificios que la rodean por todo el litoral. A mis espaldas la cara más representativa y solemne de la Casa de la Ópera, fulgurante y conocedora de ser la protagonista indiscutible de un marco en el que todo fluye en perfecta sintonía y para el que no hay comparación posible. Por momentos, me cuesta aún creer que estoy aquí.

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Aunque el tiempo pasa y ya no sé ni cómo ni cuándo llegaré a casa, no tengo la más mínima intención de levantarme del banco en el que ya me he acomodado. Estoy en uno de los puntos más increíbles del planeta y necesito exprimir al máximo este momento. El resto ha dejado ya de importar.

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Última edición: 03.06.2023